jueves, 12 de febrero de 2015

Van Gogh. Sueños y delirios de un pintor





Primero vemos un ciprés; su follaje posee tal cadencia que deja adivinar la suavidad del viento. Detrás se encuentra el pueblo, donde la torre de la iglesia parece señalar hacia arriba, llevando la atención a un cielo que no tiene principio ni fin, en él todo gira, la noche se funde con el estallido de las estrellas. Hay mucho de sueño en este paisaje pero quizá también se vislumbra un ligero aroma a pesadilla.
No hace falta decir que se trata de una de las obras más conocidas de Vincent van Gogh: La Nuit étoilée (La noche estrellada, 1889), plasmada desde su habitación en un sanatorio de Saint-Rémy. Basta una sencilla descripción para que aparezca en nuestra mente, con sus característicos trazos y el encanto de sus colores.
En algún momento todos hemos visto una pintura suya:en calendarios, postales, wallpapers, carteles, libros, litografías, revistas, películas, o por supuesto (con suerte) en un museo. Y si bien contemplar un original es una experiencia incomparable, toda reproducción permite admirar el talento de este icónico artista, reconocer la energía de sus pinceladas y apreciar su distintivo manejo del color. No se necesita ser un conocedor del arte para percibir que en sus lienzos reside una fuerza única que se extiende más allá de lo visual, hace clic con las emociones y se instala en la memoria.
Vincent Willem van Gogh celebraba sus cumpleaños un día como hoy, 30 de marzo. Para festejar el 160 aniversario de su nacimiento quisimos indagar en dónde radica el poder de su legado, descifrar el sello que caracteriza sus creaciones y le dio un inesperado giro al destino de esos lienzos que en un principio nadie parecía querer, los mismos que desde hace décadas lo posicionan como uno de los pintores más valorados de la historia del arte.
LA FORTALEZA DE UN PINCEL

“Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino”. Así describió Heidegger uno de los cuadros de Vincent que más han dado de que hablar: Les souliers (Un par de zapatos, 1886, hoy en el Van Gogh Museum, en Amsterdam).
Además de ser uno de los artistas más conocidos, Van Gogh fue muy prolífico. En un margen de apenas 10 años realizó alrededor de 900 óleos y 1,300 obras entre acuarelas, dibujos, litografías y otros apuntes (de las cuales se conservan más de 1,000 y 840 lienzos). La también pintora y coleccionista Anna Boch fue su única compradora, al pagar 400 francos por su óleo Le vigne rouge (El viñedo rojo) en 1888.
¿Cómo fue entonces que tras ese inicial desinterés las creaciones de Van Gogh llegaron a ser tan codiciadas?
Al parecer el reconocimiento comenzó a sembrarse mientras vivió. Entre 1888 y 1890 se habló de su trabajo en varias notas de periódico, haciendo referencia a las exposiciones en las que llegó a participar en París y Bruselas.
Vincent mismo llegó a leer una entusiasta reseña de sus pinturas hecha por el crítico y poeta francés Albert Aurier en la revista Mercure de France (enero 1890), quien entre otros elogios decía que “su color es increíblemente deslumbrante. Que se sepa es el único pintor que percibe el cromatismo de las cosas con esa intensidad”. El holandés agradeció el gesto con una extensa carta y el posterior obsequio del óleo Cyprès avec deux silhouettes (Ciprés con dos figuras, 1889), hoy en el Kröller-Müller Museum de Otterlo (Holanda).
A unos meses de su muerte (junio 1890), los comentarios positivos continuaron apareciendo en diferentes medios. Un año después, el reconocido periodista, crítico y escritor galo Octave Mirbeau lo llamó “gran maestro” y reconoció inspirarse en él para crear a Lucien, el protagonista de su novela En el cielo (Dans le ciel, 1892-1893), siendo esta la primera influencia de Van Gogh en una obra literaria. Mirbeau llegó a poseer Iris (Lirios, 1890), actual propiedad del J. Paul Getty Museum) y Tournesols (Girasoles, 1888), una de las más conocidas versiones de la serie en torno a estas flores, ahora en la National Gallery de Londres.
El poder de unas cartas

Van Gogh pudo dedicarse a pintar gracias al respaldo económico de su hermano Theo y sería la esposa de éste, Johanna van Gogh-Bonger, quien lo conduciría a la celebridad.
Theo murió seis meses después que Vincent y antes encomendó a Johanna que continuara su misión de trabajar para que la obra de éste fuera apreciada.
Heredera de prácticamente toda la producción de su cuñado, Johanna supo hacer los contactos apropiados y pronto comenzaron a concretarse exposiciones que fueron decisivas, en especial las de 1892 en la galería Kunstzaal Panorama de Amsterdam y en la galería Bernheim-Jeune de París, en 1901.
También el pintor francés Émile Bernard, amigo cercano de Van Gogh, desempeñó un papel crucial al organizar en 1892 una muestra en la galería Le Barc de Boutteville de París. Su mayor acierto fue publicar ese mismo año en The Mercure fragmentos de cartas que había recibido de Vincent; y con apoyo de Johanna, de las cartas escritas a Theo. The Mercure poseía renombre internacional y los extractos atrajeron tanto que fueron reproducidos en otros países, despertando el interés de la gente por el fallecido pintor. Fue tal la atención levantada que Johanna se propuso publicar la totalidad de las misivas. Esa correspondencia se considera la biografía por excelencia del pintor y el mejor análisis de su creación.
Por su parte en Alemania, los galeristas Paul y Bruno Cassirer fueron los grandes promotores de Van Gogh; Paul montó su primera exposición en Berlín (1902), mientras que Bruno tradujo y difundió parte de las cartas impresas en The Mercure. Asimismo el prestigioso crítico y novelista Julius Meier-Graefe, también alemán, le dedicó varios textos relevantes, incluyendo una de sus primeras biografías, en 1921.
Imágenes interiores
La corona a toda esa campaña de impulso se la dio el arte mismo. La Doctora en Historia del Arte Blanca Gutiérrez Galindo, catedrática de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, (ENAP) señala que fueron los representantes del expresionismo alemán (nacido en 1905) quienes “recuperaron a Van Gogh”, a su expresión del color puro.
Vale la pena decir que Vincent es uno de los artistas más difíciles de clasificar. Se le registra como postimpresionista, pero numerosos especialistas coinciden en que esa etiqueta en su caso es más bien una manera de evadir las discusiones. En efecto, en él se ve continuidad a algunas premisas de los impresionistas, pero fue innovador al distinguirse por algo ajeno a dicha corriente: la subjetividad y la expresividad; de hecho muchos prefieren hablar de él como un protoexpresionista, pues se adelantó al plasmar una visión alucinada de la realidad e incluir motivos mucho más íntimos.
Puede decirse que Van Gogh era introspectivo. Su iconografía va referida a su propia persona: pinta a su doctor, a sí mismo, el café al que suele ir, sus zapatos, su recámara. “Tal vez pueda pensarse que todo artista hace algo similar, pero no de una manera tan frontal; además no había pasado algo así en el siglo XIX hasta Van Gogh”, comparte Gutiérrez.
Desde luego no pueden pasarse por alto sus inconfundibles pinceladas. Para él era muy importante su grueso y empaste. Al ver de lado sus cuadros, se percibe cómo los trazos sobresalen del bastidor, a manera de relieves. Lograba que más allá de la imagen final pudiera apreciarse la materia pictórica, el color vivo.
Una manera de simplificar por qué no vendió más en vida es asumir que su propuesta era adelantada a su época. Sin embargo los especialistas no lo ven así; para empezar, a la par de sus contemporáneos aprovechó circunstancias de su momento. Su obra no hubiera sido posible sin el antecedente de la Revolución industrial, gracias a la cual hubo avances que dieron pie a la fabricación de tubos de pintura, lo que permitió que él y otros pudieran pintar en exteriores.
El hecho de saberse valorado por gente que él admiraba como Gauguin, Toulouse-Lautrec, Signac, Pissarro, Seurat, debió dar a Van Gogh una idea de lo bueno que era su trabajo. Aunque seguramente le habría resultado difícil creer que de no vender, pasaría a establecer récords en el arte. Varias listas consignan los cuadros mejor vendidos de la Historia y las obras mencionadas no siempre son las mismas pero todas incluyen al menos tres de Van Gogh: Portrait du Dr. Gachet (Retrato del doctor Gachet, 1890), con una versión resguardada por el Musée d’Orsay (en París) y otra en colección privada, la cual marcó en 1990 un hito al ser vendida en 82.5 millones de dólares.
Lirios, el lienzo del Getty que perteneció a Mirbeau, se vendió en 53.9 millones de dólares. Una de las versiones de Girasoles alcanzó los 39.9 millones y hoy se encuentra en el Seiji Togo Memorial Sompo Japan Museum of Art.
DONDE HABITAN LOS TESOROS
Varios grandes museos poseen obras de Van Gogh. El Musée d’Orsay es dueño de Nuit étoilée sur le Rhôene (Noche estrellada sobre el Ródano, 1888). El Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York tiene entre sus joyas una legendaria litografía de 1882, Sorrow (Tristeza), donde aparece Sien, la prostituta con quien alguna vez vivió. Y más aún: La noche estrellada, una indiscutible favorita de todos.
Pero es en Holanda donde están los dos recintos que se precian de tener las mayores colecciones de Van Gogh. El ya citado Kröller-Müller conserva 269 obras, incluyendo la célebre Terrase du café le soir (Terraza de café por la noche, 1888).
Por su parte el Van Gogh Museum, situado en la capital holandesa, tiene 700 cartas, 200 pinturas y 400 dibujos. Abierto desde 1973, alberga la herencia que Van Gogh puso en manos de Theo. El hijo de éste cedió el espléndido acervo a la Vincent Van Gogh Foundation en los sesenta.
Con tal cantidad de obras, se explica que el Van Gogh Museum sea ‘la tierra prometida’ para los admiradores de Vincent, pues acumula no sólo la mayor cantidad de obras de todas sus etapas sino varias de las más icónicas, como De Aardappeleters (Los comedores de patatas, 1885), La Maison et son entourage, La Rue (La casa amarilla, 1888) y La Chambre à coucher (El dormitorio en Arles, 1888, del cual existen dos versiones más: en el Art Institute de Chicago y el Musée d’Orsay).
Los expertos señalan que las mejores creaciones de Van Gogh fueron las de su última etapa. A ella pertenecen joyas del museo como Racines des arbres (Raíces de árbol, 1890) y Champ de blé aux corbeaux (Campo de trigo con cuervos, 1890); de ambas se dice que pudieron ser sus pinceladas finales.
UN HOMBRE LLAMADO VINCENT
Las obras de Van Gogh constituyen un recuento visual de su biografía. Cuando decidió empezar a pintar, a los 27 años, ya había probado fortuna como comerciante de arte, profesor y evangelizador. En cada uno de sus intentos mostraba una gran pasión que en la pintura halló el cauce idóneo.
Fue mayormente autodidacta, aunque en 1881 tomó clases de pintura con su primo político Anton Mauve, en La Haya, y durante 1886 acudió un par de meses a la Escuela de Bellas Artes en Amberes.
Instalado en París en 1886, comenzó a relacionarse con otros pintores, por iniciativa de su hermano. Es igualmente conocido que éste se encargó de mantenerlo, liberándolo así de cualquier carga laboral que lo distrajera de su quehacer artístico.
Se subraya que en la época parisina realizó sus muchos autorretratos. En ellos puede hallarse tanto al artista como a la persona. El Maestro en Artes Visuales Salvador Herrera Tapia, catedrático de la ENAP, señala que por un lado son quizá los cuadros que más denotan su búsqueda de un método pictórico propio, pues trataba que el color se fuera sistematizando. Por el otro, son retratos muy emocionales. Como ejemplo puede citarse uno que hoy se encuentra en el Musée d’Orsay (1889), donde tiene como fondo una suerte de entramado hecho con una paleta muy armónica y clara.
Un par de años después, Van Gogh se mudó a Arlés a la célebre casa amarilla, donde estaba el famoso dormitorio. Fue en ese mismo sitio que Gauguin pasó junto a él un par de meses, y ahí tuvo lugar el trágico y legendario episodio de la oreja. Pese a los persistentes rumores, Van Gogh se mutiló únicamente un trozo del lóbulo y no la totalidad de ésta.
Tras el escandaloso incidente, Vincent se recluyó en una clínica psiquiátrica en Saint-Rémy, una ciudad cercana; y desde ahí continuó pintando. La escala final de su trayecto sería en Auvers-sur-Oise. A juzgar por sus lienzos logró compenetrar totalmente con el entorno, sus pinceladas se ven más seguras que nunca, su uso del color no podía ser más distintivo en este punto. Las obras hablan por sí mismas: Van Gogh alcanzó su meta, pintaba justo como quería.
En el camino a esa irrefutable voz propia, Van Gogh convivió con otros artistas: Gauguin, Toulouse-Lautrec, Pisarro, Seurat, Signac y más. Al ver en retrospectiva su trabajo, es válido preguntar si alguno o varios de ellos influyeron en Van Gogh. El Doctor en Historia Jorge Manrique Castañeda (quien fuera fundador del Museo Nacional de Arte y director del Museo de Arte Moderno) comenta que efectivamente hay una influencia de todos esos artistas en sus respectivas creaciones. Mientras que la Doctora Gutiérrez amplía esa percepción al postular que más bien se percibe una especie de diálogo, una relación horizontal donde uno observaba lo que hacía el otro, lo comentaba y a la vez obtenía una retroalimentación de su propio trabajo.
ARTE NACIDO DEL CAOS
Parte de la popularidad actual de Van Gogh se debe también al final que tuvo su vida. El 27 de junio de 1890 salió a pasear y regresó horas después a la pensión donde vivía, herido. La historia cuenta que él mismo se disparó en el pecho y murió en brazos de Theo tras dos días de agonía. Esa imagen del artista agotado por el esfuerzo, por luchar contra sus propios demonios sin obtener el reconocimiento y avergonzado de ser una carga para su hermano, se ve coronada con el suicidio y dota a Van Gogh de un aura trágica que en el caso de los artistas brinda un cierto prestigio.
En noviembre de 2011 fue publicado Van Gogh. La vida (Van Gogh, The Life), autoría de Steven Naifeh y Gregory White Smith, previos ganadores del Pulitzer por su libro sobre Jackson Pollock. Tras una investigación de 10 años, Naifeh y White Smith, entre otras cosas afirman que Vincent no se suicidó. El pintor habría estado jugando con dos adolescentes y René Secretan, de 16 años, sería quien le disparó accidentalmente. Vincent asumió la responsabilidad para que no se castigara a los jóvenes. Las opiniones están divididas, pues las aseveraciones de Naifeh y White Smith son expuestas con lo que pareciera ser evidencia o argumentos firmes; por ejemplo, que tras el disparo Van Gogh caminó más de un kilómetros hasta la posada y si deseaba morir lo lógico era quedarse en el sitio del disparo. Otros documentos de la época, como una carta de Émile Bernard a Albert Aurier, confirmarían que Vincent se mató deliberadamente.
La Doctora en Filosofía y Maestra en Psicología Social Graciela Mota Botello señala que una desolación como la de Van Gogh puede conducir perfectamente al suicidio, “es congruente con la búsqueda de lo absoluto, la gran pretensión del creador artístico”.
A lo largo de las décadas, se ha discutido mucho sobre el estado mental de Vincent y la influencia de éste en su creación. En sus cartas, hacía mención a “crisis” o “ataques”. En su momento, los doctores creyeron que su problema era un tipo de epilepsia, sin embargo sus síntomas incluían rasgos de psicosis, trastornos de la conciencia, delirios, alucinaciones, depresión. Se habla de una predisposición genética pero también de que el consumo de ajenjo, considerado un potente psicotizante, debió agravar cualquiera de sus problemas; igualmente habrían influido circunstancias como su ajetreado ritmo de trabajo. En cualquier caso la postura actual más validada es la de una disfunción psiquiátrica provocado por factores tanto internos como externos.
No obstante, los especialistas rechazan que el legado de Van Gogh esté vinculado a su condición psicológica.
GENIALIDAD VS. ALUCINACIÓN
La Doctora Mota, autora del libro Psicología, arte y creación, es enfática al comentar que la creación artística está por encima de cualquier situación psicológica. Van Gogh es un paradigma en este renglón porque a partir de él, en diferentes momentos y países se han querido sustentar posturas según las cuales, por ejemplo, todo esquizofrénico sería un artista en potencia. “Indudablemente tenía trastornos psicóticos severos, procesos depresivos pavorosos, alucinaciones; pero la creación no es calca de la mente. Pensar que Van Gogh trataba de hacer una fotografía de las imágenes que veía en su mente, es una interpretación muy vulgar”.
El uso que el neerlandés le dio a los colores también ha sido señalado como producto de una alteración mental e incluso de un defecto de la visión presumiblemente de tipo congénito (se ha hablado de daltonismo y de dificultad para percibir los rojos); o bien provocado por una intoxicación con digoxina, presente en una planta que se usaba en el tratamiento de la epilepsia (mas no hay evidencia de que Van Gogh la tomara).
En opinión del Maestro Salvador Herrera, quien desde hace más de dos décadas realiza una investigación acerca del color en la pintura, la obra de Van Gogh pone en evidencia que tenía un ojo muy educado. “Él veía bastante más de lo que uno puede ver; pintaba un cielo tormentoso con colores azules muy claros haciéndolos parecer oscuros”. El experto explica que ese manejo corresponde a la teoría del color de Goethe, la cual en resumen planteaba que los colores se encuentran en las sombras, que éstas no son negras sino tienen otro color en ellas.
Herrera coincide en que Van Gogh pudo tener una personalidad alterada, nerviosa, irritable, propia de alguien que se preocupa constantemente por su creación, por el cauce que llevaba la pintura en esa época, rumbo que a él ya no le funcionaba. Y tan no le funcionaba que diseñó su propio sistema. “Él creó este ritmo de pinceladas divididas; si las fundimos, todo se grisa, se bate. Tenía que haber entonces una modulación como de mosaicos; si él veía algo verde, utilizaba el verde, a veces el gris y a veces un color contrario. Esa modulación de tres elementos la iba repitiendo para poder entender tanto la luz como la sombra, integrarlas”. Queda claro entonces que su uso del color no era fruto de una alucinación o el impulso de una mente enferma sino de la cuidadosa planeación, el estudio, la observación detenida y claro, su creatividad.
DE ARTISTA A INSPIRACIÓN
Fuera del ámbito de la plástica, Van Gogh es inspiración para muchos. Hay quienes se tatúan sus obras, unos más lo trasladan a otras vertientes artísticas.
“Noche estrellada. Pinta tu paleta azul y gris. Mira el día veraniego con los ojos que conocen la oscuridad en mi alma”. Así comienza Vincent, canción de 1971 escrita e interpretada por Don McLean (el compositor de la famosa American Pie). En sus conciertos de los setenta Bob Dylan cantaba un tema sobre el pintor (autoría de Robert Friemark). Bob Neuwirth, también figura del folk, compuso Vincent van Gogh. Hay un puñado de temas que van del pop y el jazz al género clásico, inspirados por el holandés.
Además de sus indispensables cartas y los libros que compilan sus obras, se ha publicado una serie de textos de tipo biográfico o ensayístico. Otros lo toman como personaje para ficciones o crean historias paralelas a partir de hechos reales. Incluso desde 2011 se anuncian la próxima impresión de un descabellado volumen que ‘destapa’ a Van Gogh como el hombre tras Jack el Destripador (Vincent alias Jack, Dale Larner).
Posiblemente el libro más buscado es Anhelo de vivir (Lust for Life, 1934), biografía novelada de Irving Stone que sirvió para base de la aclamadísima película homónima (Vincente Minelli, 1956, subtitulada en México como Sed de vivir), protagonizada por Kirk Douglas en lo que a la fecha se considera una de sus mejores interpretaciones; incluso estuvo nominado al Óscar, en una época en la que dicho premio aún significaba algo. Para la cinta se hicieron tomas de numerosos cuadros originales y se produjeron réplicas para los sets.
Los sueños (Dreams, 1990) del emblemático Akira Kurosawa, llevó a la pantalla ocho sueños que el afamado cineasta tuvo en distintas etapas. En uno de ellos, Cuervos, el joven Akira se encuentra a Vincent (interpretado nada menos que por Martin Scorsese) en medio del campo; el pintor desaparece y Kurosawa lo sigue, entrando en varias de sus pinturas. La visión culmina con una abrumadora recreación del Campo de trigo con cuervos.
Otra producción notable de corte biográfico es Vincent & Theo (Robert Altman, 1990), con Tim Roth en el rol estelar. En total se cuenta alrededor de una veintena de películas (para cine o tv) y documentales donde predomina el tratamiento verídico, sin que falte la ficción.
PERMANENCIA MULTICOLOR
La figura del artista entregado a su trabajo al punto de la locura es garantía de éxito comercial; aun así en nuestra época la popularidad se basa no tanto en las aportaciones o el significado que culturalmente tenga su obra, sino en el enaltecimiento de un mito.
Analizándolo sin distorsiones románticas, la manera casi desenfrenada con la que Van Gogh se entregaba al trabajo refuerza que lo suyo no era locura sino una muestra de “congruencia y valentía para enfrentar sus propios fantasmas, muy superiores a las que podría tener un neurótico. Para él su existencia resultaba menor frente a la posibilidad de aportar algo a la belleza”, sintetiza Graciela Mota.
Así, afortunadamente y pese a la etiqueta de ‘artista maldito’, de hombre rechazado y menospreciado, su convicción por el arte y capacidad creativa están fuera de cuestionamiento. Como apunta el Doctor Manrique: “Para la fortuna crítica del pintor influye su biografía y en el caso de Van Gogh siempre se hablará de la oreja y la muerte trágica, pero lo más importante es su momento en la pintura”.
El mundo del arte en general seguirá cercado por leyendas que exalten las virtudes y defectos de sus protagonistas. Pero aun quien no conoce nada de la historia personal de Vincent es susceptible de sentirse envuelto por la calidez de sus pinceladas; de abrir los ojos y por un momento sentirse en medio de sus trigales, bajo cielos tormentosos, y acaso seguirlo unos momentos, como hiciera Kurosawa.
Fuentes: Doctor en Historia Jorge Manrique Castañeda, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, miembro de la Academia Mexicana de la Historia y la Academia Mexicana de Ciencias; Doctora en Historia del Arte Blanca Gutiérrez Galindo, profesora titular de Arte Contemporáneo de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM; Maestro en Artes Visuales Salvador Herrera Tapia, pintor y catedrático de Pintura en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM; Doctora en Filosofía y Maestra en Psicología Social Graciela Mota Botello, investigadora titular “A” definitiva de tiempo completo de la Facultad de Psicología de la UNAM; Van Gogh Museum; Kröller-Müller Museum; Musée d’Orsay; Museum of Modern Art (MoMA); J. Paul Getty Museum; National Gallery; The Van Gogh Letters Project; The Origin of the Work of Art, Heidegger, Martin (1936); Vincent van Gogh y el cine (Bazán de Huerta, Moisés, 1997); BBC News; The Huffington Post; The Telegraph; History Channel; La Jornada; IMDB.com.

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